jueves, 24 de octubre de 2013

Recuerdos

Otra vez estoy aquí, sentada en el mismo banco de siempre, viendo cada día el mismo paisaje, las mismas caras. El anciano de la bata de cuadros me saluda cada mañana como si me conociera. Es curioso, porque ni siquiera yo sé quién soy. Hasta mis recuerdos me han abandonado.
La enfermera me ha dicho que después de desayunar vendrían mis hijos a visitarme, y soy incapaz de acordarme de ellos. De hecho, tampoco recuerdo haberlos tenido.
De vez en cuando, como ahora, tengo pequeños retazos de lucidez y sé que llevo mucho tiempo aquí, aunque no sé dónde es aquí.
Se me acerca una mujer joven con un abrigo rojo. En su cara luce una maravillosa sonrisa capaz de iluminar el día.
—¡Feliz cumpleaños, mamá!
—Gracias, cariño —respondo con aparente naturalidad. Debe de ser mi hija, aunque no sé cómo se llama.
La miro fijamente intentando retener en mi frágil memoria todos los detalles. Su pelo moreno con reflejos rojizos brilla con los rayos del sol de la mañana. Los ojos, grandes y azules, enmarcados por unas largas pestañas negras, destacan bajo un ligero maquillaje. Se ha pintado los labios en color granate para delinear una boca perfecta. Cuando me toma de las manos, bajo la vista para fijarme en las suyas. Son suaves, de dedos largos y lleva una manicura impecable. En el dedo anular de la mano derecha luce una alianza de oro. Eso significa que está casada, pero no recuerdo con quién. Subo la mirada por el paño rojo del abrigo hasta encontrarme de nuevo con sus ojos. Ahora están tristes y un par de lágrimas rebeldes dudan entre quedarse dentro o salir. Al final, la tristeza gana la batalla y se deslizan dulcemente por sus mejillas.
—Te quiero, mamá.
Cuando escucho esas palabras, la memoria regresa a mí por un breve instante. Sonrío, y la felicidad se refleja en mi mirada.
—Yo también te quiero, Marta.
Me mira, me abraza y rompe a llorar. Cuando se separa la observo con extrañeza.
—¿Quién eres?
El silencio demoledor sólo se ve interrumpido por el trino de los pájaros del jardín. Ambas permanecemos con las manos unidas y, de nuevo, mis recuerdos se marchan con el viento, como las flores de diente de león.


Violeta Lago

2 comentarios:

  1. Sinceramente pienso que este relato tendría que haber estado contado en tercera persona. Tanta lucidez en las palabras y recuerdos no es creíble en un enfermo de alzheimer. Lo que no es discutible es la sensibilidad que trasmite, precioso, Diógenes.
    Abrazo.

    ResponderEliminar

Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.