miércoles, 20 de noviembre de 2013

El portavoz

Cuando la CNN difundió la noticia del inminente apocalipsis –hasta entonces había sido sólo un rumor– el hombre desconectó el móvil, cogió su cazadora y salió de casa sin cerrar la puerta con llave. En dirección sur, fue esquivando a las parejas que copulaban encima de cualquier coche, a las hordas de borrachos, pirómanos y violadores que se extendían como un eclipse sobre el margen de la ciudad. Con las manos en los bolsillos, a paso rápido, intentaba mantener la mirada al frente.
Evitando sobre todo los bares y las iglesias atestadas de gente que trataba de ganar el cielo a empujones y golpes, consiguió llegar al último reducto de bosque que de milagro sobrevivía en los alrededores. Poco a poco, un aroma verde, limpio, que casi había olvidado, fue derrotando al olor a sudor, fuego, sangre y humo que lo acompañaba desde la ciudad. Le dolían los pies pero continuó avanzando. Además del olor quería dejar atrás el sonido, inimaginable, atroz, de la humanidad desbocada. Cuando tropezó con un minúsculo arroyo –apenas un metro de ancho– se quitó las botas, se remangó los pantalones y se metió de un salto. Siguió el refrescante cauce hasta que llegó a un pequeño claro que dejaba entrever el cielo.
Salió del arroyo, se sentó recostado en un árbol, encendió un cigarrillo y le dio una profunda calada. Mientras, un gorrión lo miraba con la cabeza inclinada desde un arbusto cercano. El hombre apagó el cigarrillo. Cogió una piedra, un par de florecillas y un puñado de tierra, los olió y, dirigiéndose al gorrión, murmuró: Espero que podáis perdonarnos.


Ian Links

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