Yo vivía en mi pueblo trabajando de pastor. También
obtenía algunos ingresos trabajando las huertas que tenía en la vega del río.
La vida de
pastor es dura: gran parte del día con el rebaño por los montes buscando pasto
o por los rastrojos, tú solo, con frío, con calor, con lluvia, ayudando a las
ovejas preñadas a parir, y cargando después con los corderos recién nacidos,
sin horarios, muchas veces sin fiestas, con pocas vacaciones... Y cuando no
estaba con el rebaño, andaba "doblando el lomo" en los huertos.
Tenía la
sensación de llevar "una vida de mala muerte", que quería abandonar
en cuanto pudiera.
Y la
oportunidad se presentó. Gracias a un
familiar, y por mis conocimientos en materia hortofrutícola, me coloqué en una
empresa de viveros en la gran ciudad, y me alquilé un pisito pequeño pero
coqueto, suficiente para mí solo. Estaba tan feliz que veía el mundo a mis
pies.
Pero no tardé
en darme de bruces con la cruda realidad. En el trabajo, viendo que me
desenvolvía mejor que nadie, los compañeros empezaron a hacerme la vida
imposible, viéndome como un duro rival en sus aspiraciones de progresar a
mejores puestos dentro de la empresa. En casa, tuve la desgracia de que me
tocaran unos vecinos cuyo comportamiento era lamentable: música alta todo el
día, voces, golpes y todo tipo de ruidos. No me dejaban vivir. Ni hablando
educadamente con ellos cambiaron de actitud.
Lo de salir por
la noche era una actividad de alto riesgo, ya que las peleas estaban al orden
del día. Además, siempre veía coches por todas partes circulando a toda
velocidad y con música estruendosa, en el metro lo de "dejar salir antes
de entrar" era una quimera, enormes colas para realizar cualquier gestión,
atascos, delincuencia, nadie respeta a nadie....
Viendo que el
panorama laboral, vecinal, y social no era muy alentador, decidí volver al
pueblo. Me hice cargo de nuevo de las ovejas y de los huertos, tras haberse
ocupado de todo ello mi tío durante mi estancia en la ciudad.
Ahora estar
con las ovejas por el monte me parecía algo hermoso, la soledad me resultaba
gratificante, ver nacer un cordero era algo maravilloso y emotivo, y estar
trabajando en mis huertos "doblando el lomo" me llenaba de felicidad.
Había
redescubierto mi anterior vida, con la diferencia de que ahora sabía valorarla
y disfrutarla, y era feliz con lo que hacía. Había recuperado mi vida. Había
regresado a la vida.
El
Rural
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