domingo, 17 de noviembre de 2013

En mi atalaya

     Estoy en el pueblo y es verano. Acabo de comer y en estas horas centrales del día hace mucho calor. Detrás de mi casa está la montaña en cuya cima se encuentra  un gran torreón de vigilancia, de la época en que el río Duero fue zona fronteriza y de luchas entre moros y cristianos. Es un buen lugar para pasar la calurosa sobremesa, allí arriba corre fresquito, y la subida no son más de 10 minutos.

     Cojo mi libro (que no falte) e inicio la subida, durante la cual no hay ninguna sombra, por lo que acelero mi paso  con el deseo de llegar arriba cuanto antes, y cobijarme en la sombra que dan los muros de la torre.

     Cuando llego al pie de ésta, se me escapa una sonrisa irónica al ver el letrero que explica algunos datos históricos y actuales sobre ella. Viene escrito en español y en inglés, como si por aquí pasara algun mortal que hable otra cosa que no sea el castellano...

     Observo la atalaya, alta, ancha, de gruesos muros, más grande, sin duda, que la Torre del Homenaje de muchos castillos. En la azotea se ve el revoloteo de las chovas piquigualdas, que tienen su guarida entre las almenas. Bajo éstas, me llama la atención la marca que aún permanece, después de siglos, de algun líquido que fue lanzado desde arriba contra los que estuvieran en ese momento tratando de conquistar la torre, probablemente aceite hirviendo.

     Actualmente, tras su rehabilitación, se utiliza de manera puntual como centro cultural y de exposiciones. Precisamente, es un uso cultural el que me trae hasta aquí: la lectura. Junto al muro Este, donde da la sombra a esta hora, hay una roca con forma de silla, junto a un enebro, que es donde me siento para leer. Las condiciones para concentrarme no pueden ser mejores: estoy cómodo, fresco y en medio de un gran silencio, solo roto  a veces por el canto de las chovas.

    
     Pero hay algo más en este lugar que te hace levantar  la mirada del libro de vez en cuando: las impresionantes panorámicas que desde aquí se observan. Se puede intentar hacer una descripción, pero nunca será lo mismo que estar allí y verlo con tus propios ojos: el valle del Duero durante decenas de kilómetros, con sus sotos, sus montes, sus encinares y pinares, sus pueblos, sus campos cultivados, sus viñedos, sus huertas, y al fondo, hacia el sur, el Sistema Central.


     Y así, entre lectura y observación, paso mi sobremesa veraniega en "mi atalaya".

     Se ha hecho media tarde y es hora de bajar, lo que hago con cierta nostalgia, que se me pasa enseguida al pensar que ahora toca introducirse en alguno de los parajes naturales que desde arriba observaba.

     Segun me alejo, echo la mirada atrás y, como si la torre me oyera, se me escapa una frase: "Adiós, mi atalaya, y gracias. Hasta mañana".


                                                                                                      EL RURAL...
                                                                              ...desde la torre de Langa de Duero (Soria)


2 comentarios:

  1. Eso si que es una gran sala de lectura.Uno de los mayores placeres es la lectura en entornos naturales.Animo y sigue contagiándonos tu amor por la naturaleza.Un saludo desde el bus.

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  2. Gracias, amigo Rural por ese soplo de calma.
    Hoy, casualmente, se publica tu relato "Regreso a la vida".
    Gracias de nuevo.

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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.