Con una exactitud tan característica de la ciencia,
el huevo se dividió. Y lo hizo en cinco partes. Los aterrados padres escucharon
en silencio la noticia. Debían decidir. Y aun cuando el shock fue terrible, en
su fuero interno sabían que no eran capaces de prescindir de ninguno.
Dentro del útero, un embrión permanecía alerta. Por
alguna razón, supo lo que pasaba e hizo cuentas. “Menos comida, menos espacio,
menos posibilidades. Algo debía hacer, a pesar del poco tiempo disponible”,
decidió.
En la siguiente visita, ni los atormentados padres
ni el médico daban crédito a la
ecografía. ¡Sólo quedaba un embrión vivo!
Esther
Cuesta de la Cal
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