Me las apañaba para resucitar por lo menos una vez
al día, cada vez que tu mirada fulminaba mi vida de manera efímera, sin
pretender en el fondo, la muerte.
Ahora pienso en la forma en que me lo diste todo a
regañadientes, en el cómo no te gustaba que te cogiese la mano, que me colgase
de tu brazo.
La manera en que te ponía nerviosa un beso, un
mísero beso involuntario ya desencadenaba en ti un hervor automático.
Cómo nunca me miraste con la misma entrega con la
que yo lo hacía, por qué me preguntabas de mi no pestañeo, cuando
sabías perfectamente que no escuchaba tu voz, que yo solo pensaba en vivir
siempre con esa sensación al verte.
El modo en que te escapabas de mi abrazo por las
noches y yo tenía que perseguirte entre las sábanas hasta tener algún contacto
contigo para poder volver a conciliar el sueño, cómo me buscabas por las
mañanas y te enfadabas por tener que vestirme.
La sensación que sigue revolviéndose dentro al pasar
como diapositivas todos los escenarios que hemos pisado, juntos.
Y así te quise, por primera vez como adulta, y así
he muerto tantas veces como la mejor actriz del Hollywood.
Así triunfé sólo para que tú estuvieses orgulloso, y
así también caí únicamente para obtener tu consuelo.
Pensaba en los adioses que nos hemos escupido unas
veces, respetado otras.
Los hasta siempre que no han llegado ni a la
vuelta de la esquina, los te quiero que permanecen.
Y veo el odio que nos lo impide todo, los
rencores que se burlan, eso que ya no funciona.
Quiero conocerte de nuevo, sin saber de
traiciones, de desconfianzas. Me gustaría hacerlo bien desde el principio, pero
ya no es posible.
Pasado no significa olvido, significa recuerdo y
recordar es retroceder o avanzar hacia ayer, un suicidio del mañana, a
veces anclamiento placentero.
Vete y no vuelvas, si no es para borrarnos la
memoria.
O quédate y déjame conservarte como el amor más
bonito que tuve.
Pero dejemos de hacernos daño.
Lorelai
Sogni
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