-Te llamo por la muerte de tu
esposa.
Esas fueron sus primeras
palabras después de un saludo seco. Hacía cuatro años que no sabía nada de ella
y probablemente no la habría respondido de cogerle por sorpresa. En realidad
guardaba su número en la agenda con la única intención de no atender a una
hipotética llamada suya. Algo infantil porque podía haberse cambiado el móvil o
llamar desde otro teléfono. Con la distancia y el tiempo tal vez podría admitir
que lo guardaba como quien se reserva una bala en el cargador. Una de plata,
exactamente, para matar monstruos. Acaso lo atesoraba en la memoria de silicio
para marcarlo una noche bañada en alcohol en la que el odio le sirviera de
combustible inflamable. Acaso. Desconocemos las puertas que se nos van a abrir,
pero conocemos perfectamente las que se nos han cerrado detrás pillándonos los
dedos, y a veces, adictos al dolor, volvemos sobre nuestros pasos espiando y
regodeándonos con él como si fuéramos incapaces de alcanzar el placer más allá
del onanismo estéril del odio.
Para asegurar su respuesta ella
le había mandado un sms dos horas antes: “Te llamaré a la tarde. Por favor,
contesta.” Su nombre en el remitente del mensaje había activado todos los
resortes de alarma y estuvo pendiente del móvil con la urgencia de un colegial
o el dramatismo de un condenado a muerte que espera la llamada de gracia.
Llegó a plantearse no cogerlo,
pero el sms cumplió el cometido de despertar su curiosidad: “Te llamaré a la
tarde” era un texto enunciativo, suficiente para forzarle a aventurar los
motivos, probablemente interesados, que la llevaban a abrir un canal tapiado
por ambos lados. De él dependía mostrar una vez más su rencor o abrir
brevemente la esclusa. El “por favor”, sin embargo, añadía una petición de
clemencia a sabiendas de la más que probable negativa. “Por favor” eran dos
palabras extrañas en su vocabulario y resultaba inaudito que ella se rebajara a
dedicárselas ahora ni siquiera para algún extraño asunto en que precisara de
él. Cuando llegó el momento contestó tenso tras dejar que sonaran dos o tres
tonos, tiempo que empleó en mirar fijamente la pantalla.
-¿Qué quieres?
-Te llamo por la muerte de tu
esposa.
Colgó sin escuchar nada más.
Inmediatamente después llamó a su mujer.
Mizar
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