Mi
particular situación de permanente fracaso no ha conseguido cambiar a ninguno
de mis hábitos conocidos; dicho de otro modo, a un servidor el fracaso no le ha
cambiado en nada, sigo siendo lo que siempre he sido un auténtico fracasado
ambulante. Lo digo sin envidia y por supuesto sin rencor, lo digo igual que lo
siento, con la claridad que soy capaz de enfatizar, usando los términos,
definiciones, connotaciones e incluso menosprecios que la palabra fracaso
incorpora en sí misma. // Fracaso: frustrarse o no tener éxito alguno,
entrar en pérdida, en caída libre, con estrépito, rompimiento y en total
desasosiego // Soy lo que se dice un perfecto fracasado, un tipo gris sin
notoriedad que ni siquiera tiene la remota esperanza de poder alcanzar un
reconocimiento mínimo, ni la sutil y lejana insinuación de un aliento o el
beneficio de la palmada en la espalda por la lucha que a diario sostiene con la
hoja en blanco. Mis novelas aparte de a mi no interesan a nadie —las cartas de
las editoriales acompañando los manuscritos rehusados están llenas de amables
palabras, buenos augurios y absoluto desinterés—. Mi obra literaria duerme el
sueño de la indiferencia atrapada en unas tapas verdes (las puse de ese color
por lo de la esperanza), la triste expectativa de los ilusos que confían en
poder alumbrar un texto suficiente, una historia capaz de trastocar la
situación de persistente olvido. Pienso que no sería pedir mucho sí digo que me
gustaría tener un poco de éxito, sólo una porción reducida suficiente para
poder ir tirando con mi minúscula ración de logro. Incluso estaría satisfecho
con un reconocimiento limitado al ámbito de la escalera vecinal —una
repercusión superior sé que no me conviene— no podría ni sabría afrontarla ni
por supuesto administrarla. Aspiro a poco: sería feliz con ser leído por alguien
más que no fuese yo.
Ramón Freixenete Estol
rfreixenetestol.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario