Al principio empecé a ver pequeños
insectos con cabezas y cuerpos humanos; una mosca con ojos de mujer y unas de
sus patas con forma de brazo se paseó delante de mi pantalla de ordenador.
Cuando estuvo frente al teclado se paró y se giró sobre sus desiguales patas,
hasta que sus humanos ojos se clavaron en los míos. Aterrorizado y sin poder
creer lo que estaba viendo, la aplasté con la palma de la mano. La mosca,
aunque parezca una locura, soltó un grito tan humano que me heló la sangre. En
la mesa solo quedó una pequeña mancha amarilla mezclada con algunas partes de
su cuerpo.
El incidente lo achaqué al cuarto de
pastilla de éxtasis que aquella tarde me tomé acompañada de dos copazos de
whisky, así que me levanté, me lavé las manos y caí en la cama como un árbol
cortado por leñadores. Cuando el sol entró en mi cuarto e incidió sobre mi cara
llevaba más de doce horas durmiendo según el despertador que reposaba sobre mi
mesilla. La cabeza parecía que me iba a reventar, así que me levanté cerré las
cortinas y me desplomé de nuevo en la cama. Cuando volvía a quedarme dormido,
noté que algo recorría mi pecho y subía hacia mi cara, incliné la cabeza y a
unos pocos centímetros se encontraba una inmensa cucaracha. Media cabeza se
asemejaba a media cabeza de hombre, totalmente deformada, el resto era del
insecto que con sus enormes antenas escudriñaba mi pecho a la vez que con sus
patas reptaba hacia mi cara. Seguía subiendo y subiendo, cuando sus antenas rozaron mi boca, se paró y de la
misma manera que la tarde anterior la
mosca me había mirado, esta me miró y volví a sentir el mismo escalofrío.
Dejé caer mi puño con todas mis fuerzas
contra aquel repugnante bicho e igual que la mosca soltó un terrible chillido
entre humano y animal, que se unió al mio al notar el fuerte pinchazo en medio
de mi esternón, algo me había clavado, el dolor era muy intenso. Aparté con las
manos la gran cantidad de líquido negro que había quedado encima de mi pecho y
que chorreaba sobre las sábanas de mi cama. Intenté incorporarme pero mi cuerpo
parecía que pesaba demasiado para lograrlo. Me ayudé con ambas manos
agarrándome a la mesilla y con gran esfuerzo lo logré. Me quedé sentado en la
cama y entonces fue cuando lo vi, era un aguijón del tamaño de una pinza de
tender y de un color negro metálico. Lo agarré con la mano derecha y tiré con
fuerza, salió con facilidad y del agujero que quedó salió un líquido verdoso.
Mareado y dando trompicones logré llegar hasta el cuarto de baño, me refresqué
la cara y al mirar al espejo vi mi rostro demacrado y ennegrecido. Una costra
negra cubría su parte derecha y un enorme y rojizo ojo giraba en todas las
direcciones.
Javier Gómez Fernández
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