viernes, 4 de abril de 2014

Transformaciones

Al principio empecé a ver pequeños insectos con cabezas y cuerpos humanos; una mosca con ojos de mujer y unas de sus patas con forma de brazo se paseó delante de mi pantalla de ordenador. Cuando estuvo frente al teclado se paró y se giró sobre sus desiguales patas, hasta que sus humanos ojos se clavaron en los míos. Aterrorizado y sin poder creer lo que estaba viendo, la aplasté con la palma de la mano. La mosca, aunque parezca una locura, soltó un grito tan humano que me heló la sangre. En la mesa solo quedó una pequeña mancha amarilla mezclada con algunas partes de su cuerpo.
El incidente lo achaqué al cuarto de pastilla de éxtasis que aquella tarde me tomé acompañada de dos copazos de whisky, así que me levanté, me lavé las manos y caí en la cama como un árbol cortado por leñadores. Cuando el sol entró en mi cuarto e incidió sobre mi cara llevaba más de doce horas durmiendo según el despertador que reposaba sobre mi mesilla. La cabeza parecía que me iba a reventar, así que me levanté cerré las cortinas y me desplomé de nuevo en la cama. Cuando volvía a quedarme dormido, noté que algo recorría mi pecho y subía hacia mi cara, incliné la cabeza y a unos pocos centímetros se encontraba una inmensa cucaracha. Media cabeza se asemejaba a media cabeza de hombre, totalmente deformada, el resto era del insecto que con sus enormes antenas escudriñaba mi pecho a la vez que con sus patas reptaba hacia mi cara. Seguía subiendo y subiendo, cuando sus  antenas rozaron mi boca, se paró y de la misma manera  que la tarde anterior la mosca me había mirado, esta me miró y volví a sentir el mismo escalofrío. 
Dejé caer mi puño con todas mis fuerzas contra aquel repugnante bicho e igual que la mosca soltó un terrible chillido entre humano y animal, que se unió al mio al notar el fuerte pinchazo en medio de mi esternón, algo me había clavado, el dolor era muy intenso. Aparté con las manos la gran cantidad de líquido negro que había quedado encima de mi pecho y que chorreaba sobre las sábanas de mi cama. Intenté incorporarme pero mi cuerpo parecía que pesaba demasiado para lograrlo. Me ayudé con ambas manos agarrándome a la mesilla y con gran esfuerzo lo logré. Me quedé sentado en la cama y entonces fue cuando lo vi, era un aguijón del tamaño de una pinza de tender y de un color negro metálico. Lo agarré con la mano derecha y tiré con fuerza, salió con facilidad y del agujero que quedó salió un líquido verdoso. Mareado y dando trompicones logré llegar hasta el cuarto de baño, me refresqué la cara y al mirar al espejo vi mi rostro demacrado y ennegrecido. Una costra negra cubría su parte derecha y un enorme y rojizo ojo giraba en todas las direcciones.


Javier Gómez Fernández

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