jueves, 17 de octubre de 2013

11 de noviembre 11:11 horas

Anotaba la hora de salida en el cuaderno de registro que se encontraba encima del escritorio en la recepción del edificio de oficinas que esa mañana de noviembre visité para tramitar un permiso personal, decenas de personas desfilaban por el lugar subiendo y bajando de los elevadores del inmueble, algunos empleados del servicio  inmersos en el mundo de la burocracia sin preocupación, se saludaban cordialmente indiferentes en malgastar el tiempo de todas esas personas que impacientes esperaban ser atendidos.
Me sentí aliviada de que por fin concluyera mi espera y me dirigí a la salida pensando en la dirección que tomaría para seguir con las actividades del día. – Aún es temprano – me dije al checar la hora en el reloj que colgaba de la pared y que justamente en ese momento su minutero cambiaba, eran las 11:11 horas y así lo anoté en la bitácora, no pude evitar pensar que era una casualidad la hora que coincidía con el día 11 de ese onceavo mes. Lentamente ya sin prisas camine sobre la acera hacia a la esquina no sin antes chocar con diversas personas que caminaban apresurados en sentido contrario atropellándonos por el poco espacio que los puestos ambulantes nos dejaban. Me detuve para esperar a que el semáforo me permitiera pasar, esa esquina coincidía con la enorme pared y los grandes ventanales del edificio que acababa de abandonar, lo que ocurrió después fue en un fragmento de tiempo, mi vista puesta en las luces que comenzaban a parpadear anunciando el cambio a color verde se desvió al notar que un bulto bajaba del cielo rápidamente a mi izquierda, el movimiento tan deprisa de mi rostro al girar para ver ese “algo” que caía no me permitió de momento pensar o cuestionar nada, sólo pude darme cuenta que se trataba del cuerpo de un infeliz ser humano que caía estrepitosamente de la azotea del edificio de nueve pisos sobre el cofre de uno de los tantos autos estacionados en la congestionada calle, abollándolo  para enseguida rebotar y caer inerte sobre el asfalto como si fuera un saco de frutas que esparcía el contenido a su alrededor. Mi mente quedó en blanco, mis piernas se paralizaron y no atiné a que hacer, mi mente se negaba a creer lo que veía.  Mis ojos por fin pudieron abandonar la terrible escena cuando un pequeño objeto rodó hasta detenerse al golpear con mi zapato, me pareció que se trataba de un pedazo de coco con todo y cascara que alguien había dejado caer. ¿Has notado que parecido tiene el cráneo humano con esa fruta?
Logré que mis piernas temblorosas me alejaran del lugar y observé por última vez el maltratado cuerpo que ya era rodeado por decenas de ojos llenos de la más cruel morbosidad de la que un ser humano es capaz mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y elevaba una oración por ese pobre desconocido. Probablemente para mí fue una eternidad esperar el cambio de semáforo, para él debió ser toda una vida el tiempo que tardó su cuerpo en recorrer el espacio hasta perderse en la transitada avenida.


Lhuvy

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