Anotaba la hora de salida en el cuaderno
de registro que se encontraba encima del escritorio en la recepción del
edificio de oficinas que esa mañana de noviembre visité para tramitar un
permiso personal, decenas de personas desfilaban por el lugar subiendo y
bajando de los elevadores del inmueble, algunos empleados del servicio inmersos en el mundo de la burocracia sin
preocupación, se saludaban cordialmente indiferentes en malgastar el tiempo de
todas esas personas que impacientes esperaban ser atendidos.
Me sentí aliviada de que por fin
concluyera mi espera y me dirigí a la salida pensando en la dirección que
tomaría para seguir con las actividades del día. – Aún es temprano – me dije al
checar la hora en el reloj que colgaba de la pared y que justamente en ese
momento su minutero cambiaba, eran las 11:11 horas y así lo anoté en la
bitácora, no pude evitar pensar que era una casualidad la hora que coincidía
con el día 11 de ese onceavo mes. Lentamente ya sin prisas camine sobre la
acera hacia a la esquina no sin antes chocar con diversas personas que
caminaban apresurados en sentido contrario atropellándonos por el poco espacio
que los puestos ambulantes nos dejaban. Me detuve para esperar a que el
semáforo me permitiera pasar, esa esquina coincidía con la enorme pared y los
grandes ventanales del edificio que acababa de abandonar, lo que ocurrió
después fue en un fragmento de tiempo, mi vista puesta en las luces que comenzaban
a parpadear anunciando el cambio a color verde se desvió al notar que un bulto
bajaba del cielo rápidamente a mi izquierda, el movimiento tan deprisa de mi
rostro al girar para ver ese “algo” que caía no me permitió de momento pensar o
cuestionar nada, sólo pude darme cuenta que se trataba del cuerpo de un infeliz
ser humano que caía estrepitosamente de la azotea del edificio de nueve pisos
sobre el cofre de uno de los tantos autos estacionados en la congestionada
calle, abollándolo para enseguida rebotar
y caer inerte sobre el asfalto como si fuera un saco de frutas que esparcía el
contenido a su alrededor. Mi mente quedó en blanco, mis piernas se paralizaron
y no atiné a que hacer, mi mente se negaba a creer lo que veía. Mis ojos por fin pudieron abandonar la
terrible escena cuando un pequeño objeto rodó hasta detenerse al golpear con mi
zapato, me pareció que se trataba de un pedazo de coco con todo y cascara que
alguien había dejado caer. ¿Has notado que parecido tiene el cráneo humano con
esa fruta?
Logré que mis piernas temblorosas me
alejaran del lugar y observé por última vez el maltratado cuerpo que ya era
rodeado por decenas de ojos llenos de la más cruel morbosidad de la que un ser
humano es capaz mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y elevaba una oración
por ese pobre desconocido. Probablemente para mí fue una eternidad esperar el
cambio de semáforo, para él debió ser toda una vida el tiempo que tardó su
cuerpo en recorrer el espacio hasta perderse en la transitada avenida.
Lhuvy
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