Nieva en mi nueva ciudad, apenas se distinguen las envidiables vistas que
acostumbro contemplar. Pienso en mi vestido de flores que tanto me gustaba.
Miro distraída a través de la ventana y recuerdo aquel frío día de febrero. Hace ya un año y sin embargo parece haber transcurrido una eternidad.
Mientras el suelo de las calles va cubriéndose de blanco me pregunto cómo pudo
haber ocurrido y por qué no pudo continuar.
La recién estrenada madurez del cuarto de siglo sufrió una inversa
metamorfosis al hacerme evocar una adolescencia quinceañera. No, no fue por
aquella faldita corta a cuadros que me sentaba tan bien; sino por haber hecho
realidad la mayor y a la par frecuente fantasía de cualquier jovencita. La
ambición más ambiciosa, el ideal más idealizado, la utopía más utópica que
jamás podría haber llegado ni siquiera a inventar para soportar las
interminables noches en vela.
No llevaba trenzas, ni si quiera una carpeta forrada con los ídolos de moda.
Tampoco llevaba apuntes que extender bajo la mareante luz de una lamparita de
estudio. A pesar de ello, creía ser la
protagonista de una novela romántica inundada de flashbacks. Ahora era una persona
recién llegada a la vida adulta, una aprendiz de femme fatal alzada sobre unos
tacones de aguja elegantes y sugerentes, preparada para dar rienda suelta a
aquel ideal de colegiala.
Su sonrisa de niño inserta en líneas que mostraban años de experiencia
seguía haciéndome enloquecer. Su ingenua y tímida mirada me hacían sentir
dominante y paradójicamente vergonzosa ante aquel encuentro premeditado.
Nerviosa pero segura de mí misma. Expectante a la vez que confundida y
finalmente totalmente decepcionada. Gané un frente que cerrar, un pétalo
disecado entre leyes dispuesto a guardar en mi colección privada, un perfume
que me permitiera rememorar aquella época. Entre susurros y confidencias, tras
horas de miradas esquivas y silencios prolongados la distancia disminuyó. Al
igual que la noche se fundía con el amanecer nuestros labios se se encontraron
en el anhelado beso que ya buscábamos entre pasillos.
Ya no nieva. Ya no llevo ese vestido de flores que finalmente germinó. Él,
ganó su medalla y decidió mantenerla bajo llave en la vitrina. Yo, un punto y
aparte en mi vida. A veces pienso que realmente esa es su verdadera pretensión;
lejos de mis pensamientos más pesimistas mi foro interno se consuela pensando
que el motivo reviste cuatro letras y que tan sólo desea guardar esa medalla y
no exhibirla jamás, quedando así inalterable durante otros doce años esperando
que el tiempo pase cuanto antes.
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