martes, 15 de octubre de 2013

Desahuciado

Las horas fueron sumando noche. El reloj abarcando invierno. Se detuvo la lluvia y se tiñó el cielo de amanecer.  Desperté derribado como si mi cuerpo hubiese rodado por un terraplén, inerte hasta el mismo hueco del ataúd con una orden judicial clavada en el corazón que me destierra de mi casa.
Casi siento el deseo de llorar, pero más de rabia que de pena, o más bien de las dos. Por suerte ella me dejó antes de ver como perdía lo poco que teníamos. Su enfermedad y mi mal hacer me convirtieron en comida de bancos y acreedores que ahora se cobran una víctima más.
No reconozco a ese viejo fatigado y gris que se asoma al espejo y me devuelve la imagen de un rostro cansado, más que tristes los ojos, vencido, son muchos años criando arrugas, y hasta el alma está erosionada como un guijarro a merced del torrente de los acontecimientos.
Ella era mi viga maestra, mi fortaleza, y ahora que soy sólo la mitad no me siento con fuerzas ni de luchar por lo que es mío. Este luto que huele a muerte ha abierto las puertas a los carroñeros que pacientes sobrevuelan el tejado arremolinando miasmas, prestos al último estertor que les indique que pueden devorar las sobras con la vergüenza del buitre.
El aire color ceniza envolvía los recuerdos vividos desvirtuando toda alegría. Los puños apretados. En los ojos latía el destello del miedo y la determinación del que se sabe condenado. Ya no esperaba nada. Sombras para el desayuno y una lápida para la cena.
-La vida es un relámpago entre dos oscuridades- se dijo -Un desierto de arena que se hizo oasis en su presencia y páramo de sal y azufre tras su ausencia.
Cuando llegase la funesta comitiva del juzgado me encontrarían allí como un mueble más.
Me dejo llevar, cierro los ojos cansado y llega la noche. Es la noche larga. Habrá que aceptarla. Es la hora del sueño, y un sentimiento de sosiego se abre paso por mi agrietado ser como agua fresca por el reseco cauce. Es momento de reencuentros.


José Luis García Solana

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