Una
tarde de otoño, Mara fue a buscar
a su hija de tres años al jardín de infantes. Mara tenía la costumbre de llevarle siempre algún
regalo. Ese día, le había comprado un chupetín multicolor. Entusiasmada,
deseando verle la cara de emoción, apuraba su paso para no dilatar ese momento. Llegó al jardín, la pequeña corrió a sus brazos y luego de un
abrazo apretado partieron caminando tomadas de la mano. Sara le preguntó ¿Qué
me trajiste hoy?, la mamá emocionada sacó de su cartera el chupetín y se lo
mostró muy sonriente. Sara miró la
golosina, frunció el ceño y dijo : “¡yo
no quería un chupetín, yo quería un juguete!”, lo tomó en sus manos y lo apoyó
en el suelo lanzándole una mirada desafiante. Mara le dijo: -“Bueno, si no
querés este chupetín que yo compré con
tanto amor, pensando en vos, se lo voy a
regalar a otra niña que quizás, no tenga una mamá que la quiera tanto como yo
te quiero a vos, y se lo voy a regalar”. Sara escuchó las palabras de la mamá y
satisfecha por su actitud, retomó el paso. Al llegar a la esquina se
encontraron con una nena de aspecto humilde, sentada en un muro. Mara no lo podía creer, le sonrió extendió su mano y le ofreció el chupetín a la
niña que encantada recibió y no dejaba de mirar como el obsequio más preciado. Fue en ese momento cuando Sara rompió en desconsolado
llanto. Mara sintió el crujir de su
corazón y sospechó que se le había partido en mil pedazos. Continuaron la
marcha caminando madre e hija. Entre sollozos y lágrimas, Sara levantó la cabeza y le preguntó a su madre: ¿y al chupetín se lo regalaste con
amor?, a lo que Mara respondió: - si, con mucho amor. La pequeña no cesó de
llorar hasta que llegaron a su hogar y se durmió. Un sentimiento ambivalente oprimió el pecho
de Mara; prevaleció el comprender que estaba educando a una niña,
que debía aprender a valorar todas las acciones en la vida, desde la más insignificante
a la más altruista.
Sara hoy tiene catorce años y aún recuerda
con cierta desazón lo que significó ese chupetín en su vida, el más amargo de su
infancia; sintió que con aquella nena desconocida se fue
su golosina y una parte del amor de su mamá.
Marcela
Langenhin Vaucher
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