La cosa se puso fea: Ella. Un perro. Un callejón. Aquello no
parecía tener salida. Si ya se lo decía su madre una y otra vez en cuanto la veía con esa ropa
que calificaba de 'cualquiera': ¡Algún día te van a comer los perros de todo lo
que enseñas! Ella, por supuesto no había hecho ni caso y en consecuencia tenía
delante de sí un perro lleno de babas enseñando sus precioso dientes afilados.
No tenía mucha idea de perros ni sabía la 'marca' como ella lo llamaba,
solo se imaginaba la tremenda cicatriz que aquella aparatosa mandíbula le iba a
dejar. ¡Y no hablemos de la rabia! Porque ese perro seguro que tenía algún tipo
de enfermedad incurable y si encima le atacaba en la cara no podría ni mirarse
al espejo ni salir a la calle con esa cara de fea. ¡De fea, o sea! Lo
primero que se le ocurrió fue taparse la cara y encogerse como si se estuviera
haciendo pipí. Una idea brillante ya que sus manos, al parecer, eran de acero y
contener la vejiga haría que el animal se apiadase de su alma, pero al parecer
aquello no funcionó. Después de un momento de máxima tensión decidió quedarse quieta,
quejosa y exhalando el oxígeno de dos o tres hectáreas del amazonas hasta que
la hiperventilación se convirtió en un sollozo para pasar a ser un chillido muy
agudo seguido de un llanto de niña malcriada. “Pobre chica” estaréis pensando,
pero el animal no pensó lo mismo. De hecho no pensaba absolutamente nada. Los
gritos de la chica se debían escuchar en una o dos manzanas al rededor, lo que
hizo que los vecinos y transeúntes cercanos se parasen a mirar la situación. En
vez de ayudar la gente se acercaba, se paraba y a carcajada tendida se meaban
literalmente encima. –¡Por qué os reís!– gritó la chica.
Todos seguían riendo y riendo. Lo que esta chica
no sabía es que en un intento de seducir a los mancebos de su barrio con su
nueva colonia, a quien realmente atrajo realmente fue a ese perro, ya que su
perfume tenía unas potentes feromonas de animal de las que el perro no podía
escapar. Esto le causó una tremenda erección al perro que hizo a los vecinos y
demás gente fijarse en cuál era la 'rabia' real del animal con esa chica. Al
fin y al cabo tampoco le faltaba a su madre razón.
Daniel
Priego
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