Las luces fluorescentes parpadeaban
hacia todas direcciones, aumentaban el sofocante calor y me obligaban a beber
otro trago de la pócima que tenía enfrente. No era adepta a ese tipo de
lugares: un bar estruendoso en medio de la noche, ése era el último sitio dónde
me iban a encontrar. Pero gracias a Janet, mi amiga recién graduada, caía en la
burla de mi voz interior. Janet me había pedido (casi obligado) que la
acompañara (¡aunque toda la noche había bailado con desconocidos!), que
fuéramos a festejar, que no la podía dejar sola (y aquí es cuando me siento
imbécil). Miré alrededor como por el visor de un submarino y regresé la mirada
al vaso que sostenía en mi mano izquierda sobre la barra…” ¿Qué hago aquí?. Una
figura de yeso me miraba con expresión de espanto. Dante, mi “sommo poeta”. Era
una pequeña escultura, un busto de 25 cm que había terminado en mi taller
artesanal esa misma tarde. Por la premura en la invitación de Janet no tuve
tiempo de dejarlo en otro lado. “Mírate” pensé. Yo, sola en la barra con una
copa de no sé qué en una mano y en la otra un Dante pálido escupido de luces de
colores. “Debo verme como la más ebria del lugar”. Sacudía la cabeza para
deshacerme de la imagen y concluí en mi huída. El trago que seguía en mi mano
estaba a la mitad. Me acomodé nuevamente, llevé el vaso a mis labios y bebí
hasta dejar solamente los hielos tintineando. “El vino siembra poesía en los
corazones” ¿verdad mi Dante? “Listo, ya está”. Me levanté y dejé un billete en
la barra, busqué a Janet entre la multitud y dije adiós agitando la mano. De
pronto apareciste tú (sí, es tu entrada triunfal), tambaleándote como si fueras
a caer. Me miraste con ojos de cristal y sonreíste. “Qué asco” pensé. –Hola-
dijiste entrecortado. –Adiós- respondí rápidamente y alargué la mano para tomar
a Dante y salir corriendo. –Oye espera- dijiste y me tomaste del brazo, pero en
una sacudida empujaste a Dante y cayó de bruces en la barra. -¡Ay no!- creo que
eso fue lo que grité. Levanté mi escultura de yeso y vi como su nariz se había desprendido
del rostro. “Me costó tanto trabajo” pensé mirando la pequeña nariz en mi mano.
–Perdóname -dijiste- no fue mi intensión, ¿tú lo hiciste?, es Dante ¿no?, en
verdad fui un tonto…perdón, yo no quería…- Y seguías hablando, pero ya no de la
forma torpe con la que te acercaste…no estabas ebrio ¿verdad?, ¿qué pretendías?
¿Pensaste que yo estaba ebria? Tal vez eras como yo,…querías dar la impresión
de estar en ese lugar. Y seguías hablando…creo que me enamoré de ti en ese
momento. ¿Que qué impresión me diste?...no lo sé, creo que pensé “He encontrado
a alguien extraño… ¿un hechicero? pues ha transformado todo, incluso convirtió
a Dante en la Esfinge de Guiza. Ahora me llevará al infierno y luego volará
conmigo hasta el paraíso. Y seguías hablando…Sí, el primer recuerdo que tengo
de ti, mi amor, es la nariz de Dante.
Rebeca
Álvarez Rojas
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