“Vosotros usaréis el bote para ir por el
río”. La afirmación del líder de los expedicionarios templó cualquier discusión
y al equipo de la nave interestelar no le cupo duda de que contaba con el apoyo
de los presentes. Podían haberse accidentado en el Amazonas pero no estaban en
la Tierra, y la posible ayuda era una cuestión que se había encargado de
disipar la agencia de viajes espaciales en su promoción: "Viajes sin
retorno seguro". ¿Qué podía decir el comandante?
- Nosotros somos cuatro; ellos siete. Son
mayoría y han decidido- dijo Crispín de Goliath a la tripulación a sus ordenes.
Los dos grupos se hallaban a decenas de metros de distancia; unos cobijados en
el interior de la nave, vigilándola, mientras los miembros del cuerpo técnico
se juntaron al aire libre envueltos en la ominosa oscuridad de la noche. Les
quedaban pocas horas; al despuntar el alba los expedicionarios se proponían
gobernar la nave, en piloto automático, para regresar al planeta de donde partieron,
en tanto que por el vasto río, calculaban, se tardaría de una a dos semanas en
llegar a alguna ciudad e ignoraban si los nativos hablarían el idioma terrestre
suponiendo que el recibimiento no fuera hostil y no carecieran de tecnologías
de comunicación.
- No están abandonando a nuestra suerte –
dijo el navegante.
Tras el accidente la nave quedó
semiinutilizada no quedando espacio para todos; puesto que los expedicionarios
habían pagado por el viaje resolvieron el plan a seguir; además, actuaron como
una piña.
- La suerte se la trabaja uno – contestó
el copiloto alzando la voz. Desató una perorata de fuego lento con la que
amaneció presentando la siguiente disyuntiva: apoderarse del vehículo espacial
matando a buena parte de los expedicionarios. Ellos eran los más sabios, les
dijo; astronautas formados en academias, experimentados en sus trabajos;
físicos cuidados y fuertes. No había necesidad de conformarse ante la penosa
situación. Podían y debían superarla. ¿Quiénes eran los expedicionarios? Niños
de papá, viejos ricachones, famosos en busca de aventuras extremas y algún
imbécil que había ahorrado toda su vida para un viaje como aquel. ¿Qué
representaban frente a ellos: los 4 fantásticos? El discurso apaciguó las
mentes silenciándolas: nadie preguntó cuál era la alternativa.
El ruido de los motores evidenció la
realidad extraña en la que se encontraban. El navegante se preguntó mientras
veía la nave surcando los cielos: “Todo fue una engañifa, ¿verdad?”. Una voz
conocida le respondió sonriente: “Los perdedores tienen derecho a imaginar un
final distinto”.
Kanquigua
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