Consciente del sinsentido de unos cuantos
planetas impalpables girando simétrica y regularmente alrededor de una estrella
colosal (planetas cuya única prueba de existencia eran unos increíbles
polvillos enfrascados y unas cuantas fotografías obras maestras del diseño
gráfico), el antes físico y ahora mitólogo Christian Ledgestales abandonó su
puesto de trabajo en la NASA
con el objetivo de dedicarse a la intensiva búsqueda del gallo que empolla el
sol para que nazca nuevamente el día y no se mezcle con la noche.
Toda su vida Ledgestales fue un apasionado
de los relatos de origen. Relatos religiosos, mitológicos y legendarios de
diversas civilizaciones conformaban los únicos libros de su biblioteca. De
todos ellos, ninguno le parecía más razonable que esa leyenda según la cual el
día era el efecto de un huevo de oro y fuego que una gallina cósmica empollaba
y descubría periódica y gradualmente. Vale decir que Ledgestales vivía en el
hemisferio norte (Houston, Estados Unidos), que los días que conocía eran
relativamente largos, lo cual lo convenció de que estaba muy cerca de la región
del huevo. Lejos estaban -por ejemplo- Suecia y Noruega, donde el sol es apenas
una breve insinuación.
La cuestión es que Ledgestales se abocó
durante años al estudio comparatista de los relatos de origen del universo y a
la febril recopilación de pruebas que insinuaran cierta relación de esa
estrella incendiada de vitalidad con una gallina galáctica. Su primera
dificultad fue de orden espacial. Como se sabe, el sol se pone en una región
mientras amanece en otra. Esto le planteaba a Ledgestales un notable desafío
lógico. ¿Cómo era que empollaba esa gallina, si lo que tapaba salía en otra
región? Años de perseverante estudio y constantes exploraciones condujeron a
Ledgestales a la siguiente respuesta: así como un conjunto de planetas girando
en concordancia era una ocurrencia absurda, la idea de que la Tierra fuese
redonda debía tomarse como una concreta imposibilidad desde una elemental
perspectiva geométrica, porque sino que alguien dijera: ¿en qué parte del mundo
el planeta se dobla? ¿Dónde está la
pendiente? Ahí tenían: la tierra era
cuadrada. La gallina estaba en algún vértice o borde (los desiertos de Sonora y
del Sahara eran las zonas más probables), allí empollaba el huevo de oro que calentaba
el mundo; parte de su cuerpo cubría una mitad del mundo mientras la otra
recibía el resplandor.
Junto a cuatro colegas que enseguida lo
abandonaron, Ledgestales partió en busca de la gallina. Él persistió. Cuál no
habrá sido la sorpresa cuando hallaron su cuerpo deshidratado, casi derretido,
una pluma dorada en la mano izquierda y una sonrisa póstuma en lo que quedaba
de su rostro.
Yoel
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