Señorita violinista – interpeló el pelado de la
batuta mirándola indignado- ¿Cómo se atreve usted a venir a nuestro magistral
ensayo habiendo ingerido unos tragos de licor? Ella ni siquiera le escuchaba y
no dejaba de mirar el negro diapasón que se le entrelazaba con el color rojo
irritante de las carcomidas uñas. Prosiguió el primero con dura voz y apretando
la batuta con fuerza- En dos ocasiones le he indicado la entrada en el Ma non
troppo y me ha dejado usted con la batuta levantada, y lo único que hace es
mirar insistentemente su diapasón con los ojos adormecidos.
-Diez compases antes del Ma non troppo- dijo el gran
Mozbebach a toda la orquesta, y empuñó la batuta. Sonaron nueve compases y en
el diez cuando el Maestro se viró hacia ella para una de tantas veces darle la
entrada del precioso solo, esta seguía entonces como hipnotizada por el negro
diapasón. ¡Así es imposible trabajar! – gritó Mozbebach bajando del podium y
con las pocas fuerzas de sus temblorosas manos tomo la batuta con ambas y la
convirtió en dos pedazos. Ella ni se inmutaba. El resto de los músicos rieron
en silencio, nadie se había atrevido a desafiar de esta forma al gran Mozbebach
y menos en una de sus propias composiciones La sangre le hervía en rostro
colorado. Se colocó de espaldas a la orquesta y dijo con voz tenue – Retírense
por favor.
Uno a uno en silencio, fueron marchándose los
músicos. Ella quien no pareció haber escuchado empuñó su arco, y sin dejar de
mirar el diapasón como si nada hubiese pasado inició el hermoso solo del Ma non
troppo que tanto el Maestro había esperado. El se viró súbitamente al escuchar
las hermosas notas salidas de su pluma y se fue acercando poco a poco hacia
ella. Tóquelo otra vez por favor – le dijo suplicante mientras se acercaba al
podium, tomaba del suelo una de las mitades de la destruida batuta y moviendo con
pasión sus manos le dirigió la música. Culminó el solo y las miradas se
cruzaron al fin. El maestro metió las manos en su portafolio y sacó de él unos
viejos y desgastados trapos. Al ser desenvueltos mostraron una botella de licor
con un poco menos de la mitad. Él la acercó a ella en señal de brindis y
agradecimiento por la ejecución, más sin decir palabra. Ella entendió entonces,
el mensaje. ¡Que ironía! ¿Entonces qué era lo que a ella se le criticaba si él
era igual? ¡Ah! pero como el status de Maestro era diferente al de un simple
músico, pues nunca nadie se había atrevido a señalarle esto, ni aun cuando el
aroma de licor era el perfume diario del gran Mozbebach. Juntos bebieron y
cuando se hubo terminado la botella, la violinista se paró y le convidó con un
gesto de su mano a seguirle. Salieron del Teatro y se adentraron en el bar de
la esquina. – Lo de siempre- le anunció ella al cantinero, mientras ambos se
sentaban en la barra. El tercero trajo una botella de Vodka aun sin abrir. A
Mozbebach le brillaron los ojos. Ella le acercó la botella y un vaso y le dijo-
Ma non troppo Maestro Mozbebach, beba usted que esta la pago yo.
Cecilia
Dayana Rosales Prieto
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