Lo
introdujo en su boca.
Saboreando.
Deleitándose.
Descubriendo su sabor y su fálica firmeza.
Ensalivando su punta para sentirlo deslizarse suavemente
por su garganta.
Lo
chupó con fruición.
Acarició con su
lengua su base y lo lamió lujuriosa de arriba abajo y de abajo a arriba, varias
veces.
Desvanecida casi
por el placer.
Y
se desbordó de él.
De
sus jugos.
De
su maravilloso sabor con sus delicias.
Se
relamió y abrió lo más que pudo la boca para tragárselo entero.
Un
estremecimiento de placer la inundó.
Y
sin poderlo evitarlo ya, sacó de su bolsillo otra moneda y dijo:
—Ahora
deme uno de pistacho.
Araminta
Solizabet Gálvez García
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