-Tenemos que
hablar, dije a mi mujer. Esto no puede seguir así, añadí.-- No puedo estar más
de acuerdo, concluyó ella.—Hay que decírselo, insistí.—A ti te hará más caso,
dijo. Coméntaselo tú. –Creo que mejor los dos, animé.- La madre de mis hijos
hizo un gesto como de absorber aire a la vez que asentía con la cabeza. Fuimos
hacia donde estaba él, lógicamente, sólo tenía tiempo para sí mismo,
indiferente por completo a nuestra aflicción. Toda su soberbia actitud hacía
tambalear nuestra unión. Tumbado en nuestra cama lo encontramos. Como pude lo
cogí y lo arrastré hasta la sala de estar. ¡Menudas palabras íbamos a tener!.
Todas las partes implicadas tomamos asiento. Mi mujer enfrente de mí. –No
puedes seguir así, le recriminé.- Mi querida esposa apretó un puño, creo yo de
la crispación que contenía. –Caminas sin sentido por la vida, sentencié.--Eso,
dijo ella.-Él permanecía mudo, quizá acechante, a la espera de quien sabe
qué.-¡Cambia tu actitud por lo que más quieras!, imploré.—Cambia, cambia,
graznó mi esposa.—No puedes seguir molestando a la gente, como tú lo haces, no
puedes, ¡no debes!.- El despertador permanecía igual de callado que desde el
momento en que fatalmente nos levantó.-Atormentas a...nosotros, a los niños,
enumeré, a los vecinos...¡y tan temprano!, ¡resulta incomprensible además de
horrible!—Sí, horrible, añadió la esposa.--¿Acaso no te importamos?, pregunté,
¿te da igual nuestro descanso?, ¿que durmamos o no?, ¿que lloremos o riamos?.-
Mi señora, lógicamente, quizá por mi efusivo dramatismo, quizá por la frialdad
de esa maquinaria que consumía nuestros días, comenzó a sollozar dolientemente.
-¡Qué malos días pasamos por tu culpa!.—Has de cambiar, otros lo han hecho: uno
que tenía de niño, cambió su desagradable sonido metálico por una gozosa armonía
de cascabeles, otro, ya de soltero, se trasmutó, quizá evolucionó, de su
particular sonido a una cibernética mancha de luz que se esparcía
silenciosamente por todo el techo del dormitorio. ¿Por qué tú vas a ser
diferente?, ¿por qué no vas a cambiar si te lo propones?. Todo resulta mudable,
también tu condición. Si quieres, puedes.--¡Dinos algo!, amenazó la voz
femenina de mi convivencia, ¡dame algo que me impida estrellarte contra la
pared o quitarte las pilas de una vez para siempre!.- Al fin, emocionados
nosotros, el dulce matrimonio, vimos un gesto de nuestro querido despertador, percibimos
la levedad de una cruel mueca, para nosotros aliento y esperanza, ¡vida tras la
pantalla!, ¿un movimiento?. Fue un espejismo, imaginamos, deliramos que el inquietante
reloj avisador nos tranquilizaba con las siguientes palabras: -No os
preocupéis, no voy a despertaros más.
Haragán de hecho
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