Era una mujer alta, dotada de un encanto singular,
hecha de engañosos contrastes. Medio flor, medio roca. Su belleza hubiera
podido hacer de ella, la musa de un pintor.
Ella y sus caderas, finamente trabajadas por algún
escultor que con tanto mimo hizo aquella obra personificada, se refugiaban en
su ventana mirando a los astros como si de héroes se trataran. Su belleza
eclipsaba a la Luna y al Sol lo intimidaba. Las Estrellas la miraban de reojo y
disimulaban para no levantar sospechas, puesto que la Luna estaba presente.
Era tal su
belleza, que hasta el más loco de su barrio, habría pensado que se trababa de
una musa que nunca llegó a ser de ningún artista… libre y sin prejuicios. Ella
y tan solo ella sabía que era dueña de sí misma.
Sara
Snezha Pozo Rodríguez
No es porque seas mi hija, pero me gustas como escribes y como defiendes tu feminidad.
ResponderEliminarBesos
Gracias, Papituski. TE QUIERO MUCHO, supongo que lo sabrás, pero leerlo de vez en cuando, tiene su encanto jeje.
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