Al salir aquella tarde de la habitación
2026 del Hospital Central de la ciudad, pensé que la vida había terminado para
mi. La perdida de mi hijo después de haber perdido a mi mujer hacía un año, era
el golpe que necesitaba para que mi mala vida, que hasta entonces me había
perseguido, llegara a su fin. Ya no había nada que me atara a este mundo,
huérfano desde los doce años en que mis padres murieron en un accidente de
tráfico, solo mi mujer y posteriormente mi hijo llenaron mi solitaria y
necesitada vida, pero ahora el cáncer se ha encargado de dejarme solo otra vez
y no quiero volver a pasar por donde ya una vez pasé. Cuando terminé con todos
los trámites del entierro de mi pobre hijo, ya no tuve nada más que hacer ni
nada en que ocupar mi tiempo; los días transcurrían uno tras otro sin
diferenciación alguna, monótonos y sin sentido alguno. Me levantaba y con una
taza de café en la mano me sentaba en la terraza, veía pasar a gente por la
calle, unos iban y otros venían, alguno se paraban en el bar que tenía enfrente
de casa, para proseguir su caminar cuando terminaban su consumición, así hasta
que llegaba la hora de comer. Muchas veces ni me daba cuenta que el tiempo
pasaba y las horas transcurrían sin que yo las apreciara. Desde que mi mujer
murió había perdido mas de treinta kilos, la última vez que me pesé no llegaba
a los sesenta y siete, poco a poco me estaba quedando en los huesos.
Por las tardes, después de picar alguna
cosa en casa, salía a vagar por las calles de la ciudad, sin rumbo fijo, solo
me paraba en los bares que encontraba en mi camino donde me tomaba una o dos
cervezas, después de seis o siete paradas estaba lo suficientemente borracho
para regresar a casa y caer rendido y mareado en la cama. Quería dormir sin
despertar y que la mente me jugara malas pasadas y lo lograba. Así un día
detrás de otro.
Hoy me he levantado y no quiero volver a
hacerlo más, no soporto seguir dejando pasar un día detrás de otro esperando que
ese día sea el último. No quiero seguir viviendo de esta manera... me encuentro
tan solo, tan tremendamente solo que no quiero seguir. Como todos los días me
he sentado en la terraza, hoy apenas pasa nadie, no ha parado de llover durante
toda la noche y esta mañana sigue lloviendo. He echado el toldo, dentro se me
cae el techo encima. El toldo se ha empezado a calar y empiezo a mojarme, esto
no tiene sentido, no puedo aguantar un solo día más.
Me he levantado y subido el toldo, el agua
cae con fuerza sobre mi y me cala por completo. Miro la calle vacía, son siete
pisos, seguro que son suficientes para terminar. He subido encima de la
barandilla, me tambaleo pero guardo el equilibrio a duras penas... Ahora he
saltado.
Javier Gómez Fernández
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