lunes, 2 de septiembre de 2013

Desde la tercera galería. I






No entiendo qué ha pasado. Como en el proceso de Kafka, sin motivos que expliquen la situación, me veo encerrado en esta cárcel. Según mi abogada, de oficio, con la que he podido hablar apenas cinco minutos en una sala llena de presos y de abogados de oficio, al parecer me acusan de suplantar la vida de alguien que afirma ser mi creador. Como en Grecia, una forma de impiedad. Y como en Grecia, resulta que el juicio ha sido sumarísimo, y que el Tribunal era, en exclusiva, ese mismo hombre que me acusaba. Según la abogada, ni siquiera le dejó terminar su alegato y dictó sentencia.

Desconozco quién y cómo es ese hombre. Sentado en el patio, al final de la tarde, le imagino como el protagonista de “La vida de los otros”. Alguien triste, que entierra sus sentimientos para no tener que enfrentarse a ellos, que quisiera vivir pero le falta valor. Pero esto sólo es una suposición. Puede que no sea así.

Me dio tiempo, antes de ser confinado, a hacer llegar a uno de mis amigos una carta de despedida. Por lo que he podido entender de las explicaciones de mi abogada, estoy sometido a incomunicación, así que no puedo enviar ni recibir correspondencia ni utilizar el teléfono. Pero tengo mi pequeña agenda de piel italiana, con su broche de corchete. Le he pedido por favor a la abogada que, cuando me visite, se lleve las hojas que haya escrito y contacte con Rick. Ese es el único canal que permanece abierto, pero ya es mucho. Las visitas son los viernes.  













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