No entiendo qué ha pasado. Como en el proceso de Kafka, sin
motivos que expliquen la situación, me veo encerrado en esta cárcel. Según mi
abogada, de oficio, con la que he podido hablar apenas cinco minutos en una
sala llena de presos y de abogados de oficio, al parecer me acusan de suplantar
la vida de alguien que afirma ser mi creador. Como en Grecia, una forma de
impiedad. Y como en Grecia, resulta que el juicio ha sido sumarísimo, y que el
Tribunal era, en exclusiva, ese mismo hombre que me acusaba. Según la abogada,
ni siquiera le dejó terminar su alegato y dictó sentencia.
Desconozco quién y cómo es ese hombre. Sentado en el patio,
al final de la tarde, le imagino como el protagonista de “La vida de los
otros”. Alguien triste, que entierra sus sentimientos para no tener que
enfrentarse a ellos, que quisiera vivir pero le falta valor. Pero esto sólo es
una suposición. Puede que no sea así.
Me dio tiempo, antes de ser confinado, a hacer llegar a uno
de mis amigos una carta de despedida. Por lo que he podido entender de las
explicaciones de mi abogada, estoy sometido a incomunicación, así que no puedo
enviar ni recibir correspondencia ni utilizar el teléfono. Pero tengo mi
pequeña agenda de piel italiana, con su broche de corchete. Le he pedido por
favor a la abogada que, cuando me visite, se lleve las hojas que haya escrito y
contacte con Rick. Ese es el único canal que permanece abierto, pero ya es
mucho. Las visitas son los viernes.
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