Entré en una Librería, cuando para mi
sorpresa, al preguntarle por la última novela de Mario Vargas Llosa a la
señorita que atendía, su voz me resultó extrañamente
familiar. Me dijo que iba a buscar el libro que había solicitado. Yo me quedé
perplejo, al contemplarla más detenidamente, cuando se perdió entre los
estantes atiborrados de obras literarias; curiosamente el destino
conspiraba a mi favor (al menos así lo
pensé yo) ya que en ese instante sólo estábamos en la Librería ella y yo…
Y como si todo en ella me fuera conocido, ya no
solo su voz, sino también su rostro, que bajo los lentes escondía una mirada
picara, que desde que entré a la Librería me dio la impresión de que me estaba coqueteando,
trataba de rebuscar en mi memoria dónde la había visto antes. Y es que
realmente estaba asombrado. Mi asombro creció más todavía, cuando de pronto
escuché nuevamente su voz que venía de adentro y me decía eufórica que había
tenido suerte, que era el último ejemplar de la novela que yo quería.
Cogí
el libro, sin dejar de contemplar el brillo de sus ojos y cada vez más
convencido de que aquella mujer no me era nada extraña. Su sonrisa eterna me
dio ánimos para quedarme un poco más contemplándola absorto, como si me hubiera
enamorado de ella a primera vista… Hasta que observé que en su dedo medio lucía
un singular anillo de matrimonio, lo cual en vez de intimidarme alimentó mis ímpetus
para seguir en la Librería charlando con ella. Y ella, a su vez, parecía complacida
por el gran interés que yo le dispensaba.
Y así de repente la tarde se convertía
en noche…
Tomando como excusa la novela y aprovechando
los momentos en que no había clientes, me quedé hasta ya de noche, charlando
con ella como si fuera algo habitual en
mí. Ella, por su parte, se mostraba muy complacida de mis atenciones, al punto
que ni siquiera se preocupó por cobrarme, pues cuando yo me disponía a pagar,
ella, haciendo un gesto obvio me dio a entender que no me preocupara… Y yo
fingía leer El sueño del celta entre los intersticios que me dejaba su atención
al público, que, sin darme cuenta, al mirar afuera, ya era la noche entrada. Lo
comprobé cuando ella salió de detrás del mostrador, luego de hacer sus cuentas,
y se disponía ya a cerrar la puerta de la Librería. La ayudé, sin que ella me
lo pidiera, como si ejecutara un acto natural. Si al comienzo me pareció que estábamos
actuando en una obra de teatro, tácitamente los dos aceptábamos nuestros
papeles…
Y cuando ella le echó el seguro a la
puerta, y los dos salimos de la Librería, experimenté luego la absurda
sensación de estar soñando…
–Vamos
querido –me dijo ella, tomándome del brazo.
Entonces recién tuve la certeza de que
aquella mujer era mi esposa.
Emma
Zunz
Mirar a la persona que amas cada día con ojos nuevos y volver a enamorarte cada día de ella por lo que es en ese momento, es el regalo más bonito que puedes hacerle.
ResponderEliminarHolly