lunes, 9 de septiembre de 2013

Desde la tercera galería II



Hoy ha sido un buen día. A las doce, el funcionario encargado de las comunicaciones me ha acompañado a la sala de visitas. Allí, detrás del cristal, muy serio, estaba Rick.

Me pregunta que tal estoy. Me dice que parezco cansado. Le pregunto por todos. Me dice que bien, que con altibajos, como siempre, pero aguantando.

Rick. Mi viejo Rick. Varado en el sufrimiento pero inaccesible al desaliento. Masticando las putadas que le ha hecho la vida, tragándose la bilis y volviendo a sonreír  su sonrisa pícara. Consciente del vacío que es todo, sin hacer nunca planes con tanta antelación, pero mirando siempre de reojo, esperando a la esperanza. Parado bajo la lluvia en mil andenes, destiñendo en blanco y negro. Nuestras noches. Dos marineros en Kaliningrado, dos irlandeses en el JJ, dos vikingos en Valhalla, un local de ensayo donde atruenan la música y el calor, dos vidas en modo leonera, dos solitarios que hacen pareja, aroma a whisky de malta y una cerveza que se queda sobre la barra.

Nunca hemos llorado juntos. No es una cuestión de pudor, ni una falsa demostración de hombría. Es tan solo que no nos gusta martirizarnos mutuamente, que dejamos nuestras lágrimas para el cielo. Nos hemos equivocado tantas veces que los errores son nuestro mundo. Nos hemos subido a la reja, nos hemos bebido el amanecer, nos hemos rescatado en mitad de la tormenta para naufragar juntos de nuevo. Siempre me dice lo que piensa, con cuidado, con cariño, para que la espuela no haga sangre. Y después me acerca un vaso a modo de anestesia.

Con el teléfono en la mano, detrás de un vidrio seco en el que no se puede escribir un nombre y que tus ojos se queden igual que ese vidrio, me está diciendo que resista. Sin palabras me cuenta que está buscando al miserable que ha hecho esto y que le ajustará las cuentas, que ya se ha visto otra vez en un hangar de un aeropuerto mirándole a la cara a un nazi.

Se despide ligero. No es de despedidas. Mientras avanzo por la galería en dirección a mi celda, tengo de nuevo la sensación de que no estoy solo. De que hay alguien detrás que nunca dejará que me apuñalen por la espalda. Me siento bien.

1 comentario:

  1. Es que escribes con tanta crudeza, habilidad y sentido que me quedo pasmada. Hay una sensibilidad en tus textos agónica, por ponerme poética, pero es que es así.
    Te sigo siguiendo, después de todas las diplomaturas del verano.
    ¿Has leído "Todo lo que era sólido" de Muñoz Molina?
    Un abrazo grande.

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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.