Hoy ha sido un buen día. A las doce, el funcionario
encargado de las comunicaciones me ha acompañado a la sala de visitas. Allí,
detrás del cristal, muy serio, estaba Rick.
Me pregunta que tal estoy. Me dice que parezco cansado. Le
pregunto por todos. Me dice que bien, que con altibajos, como siempre, pero
aguantando.
Rick. Mi viejo Rick. Varado en el sufrimiento pero
inaccesible al desaliento. Masticando las putadas que le ha hecho la vida,
tragándose la bilis y volviendo a sonreír
su sonrisa pícara. Consciente del vacío que es todo, sin hacer nunca
planes con tanta antelación, pero mirando siempre de reojo, esperando a la
esperanza. Parado bajo la lluvia en mil andenes, destiñendo en blanco y negro.
Nuestras noches. Dos marineros en Kaliningrado, dos irlandeses en el JJ, dos
vikingos en Valhalla, un local de ensayo donde atruenan la música y el calor,
dos vidas en modo leonera, dos solitarios que hacen pareja, aroma a whisky de
malta y una cerveza que se queda sobre la barra.
Nunca hemos llorado juntos. No es una cuestión de pudor, ni
una falsa demostración de hombría. Es tan solo que no nos gusta martirizarnos
mutuamente, que dejamos nuestras lágrimas para el cielo. Nos hemos equivocado
tantas veces que los errores son nuestro mundo. Nos hemos subido a la reja, nos
hemos bebido el amanecer, nos hemos rescatado en mitad de la tormenta para
naufragar juntos de nuevo. Siempre me dice lo que piensa, con cuidado, con
cariño, para que la espuela no haga sangre. Y después me acerca un vaso a modo
de anestesia.
Con el teléfono en la mano, detrás de un vidrio seco en el
que no se puede escribir un nombre y que tus ojos se queden igual que ese
vidrio, me está diciendo que resista. Sin palabras me cuenta que está buscando
al miserable que ha hecho esto y que le ajustará las cuentas, que ya se ha
visto otra vez en un hangar de un aeropuerto mirándole a la cara a un nazi.
Se despide ligero. No es de despedidas. Mientras avanzo por
la galería en dirección a mi celda, tengo de nuevo la sensación de que no estoy
solo. De que hay alguien detrás que nunca dejará que me apuñalen por la
espalda. Me siento bien.
Es que escribes con tanta crudeza, habilidad y sentido que me quedo pasmada. Hay una sensibilidad en tus textos agónica, por ponerme poética, pero es que es así.
ResponderEliminarTe sigo siguiendo, después de todas las diplomaturas del verano.
¿Has leído "Todo lo que era sólido" de Muñoz Molina?
Un abrazo grande.