En la fila izquierda, por órdenes de la
maestra, formarían los hombres y mujeres más feos, aquellos con defectos
físicos de nacimiento, mismos que con el paso del tiempo habían derivado en
perennes desperfectos mentales, en complejos de inferioridad que se devolvían a
la sociedad en forma de resentimientos, de ideas macabras, en una especie de
venganza disfrazada de buenas intenciones pero transfigurada al fin en mil y
una formas de joder a todos, como para que los fregados no sean ellos solos.
En la de la derecha, siguiendo las
mismas órdenes, se alinearían los bellos, los ricos y famosos, los triunfadores
de la vida, aquellos para los que nadie ni nada más importaba que ellos mismos,
su bienestar —mejor si logrado a costas del malestar de otros—, aquellos que
iban por la vida obnubilados por su afán de riqueza, con el medio convertido en
fin único, sin poder controlar su sed de poder, enceguecidos por la ambición,
por la vanidad, por el egoísmo, capaces de pactar con el diablo para trepar al
cielo de los infiernos.
Un poco a la derecha de la fila de la
izquierda, atónitos, en columnas de a dos, que así lo habían ordenado, estarían
los idealistas juveniles y los maduros ilusos, mirando a los demás con un poco
de desprecio, otro de pena y otro de desdén, con aire de superioridad, con la
certeza de saber algo que los demás ignoran, seguros de que ellos son los
dueños de la verdad, del método y de la compasión, duros desde la mirada pero
conservando aún en ella remotos y casi indescifrables rastros de ilusión.
Un poco a la izquierda de la fila de la
derecha, serían ubicados en columnas pares los pragmáticos, desideologizados,
los partidarios de capar a los chanchos para que engorden, los capaces de talar
bosques del gusto de Dios para plantar bosques a su gusto propio, los que
aspiran a la clase media y los que ya
residen en ella haciendo escala para subir al estrato superior, (aquí también
están incluidos los de la iniciativa privada privada de iniciativa), los que
pelean no siempre limpiamente por entrar al club de los elegidos.
En el medio, sin que nadie nos mande, libres
y liberados, independientes e independentistas, autónomos y autonomistas, cuentapropistas,
librepensadores, autodidactas, solitarios colectivos, desinteresados, habíamos
quedado los demás, multitudes en masa y tropel a los que, desbordados y
auto-controlados, solo nos gusta la cerveza, pasarla bien sin joder a nadie y
sin complicarnos ni siquiera con la desorganización del Carnaval.
Acragilo
Cagaroli
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