Cada día llegaban entre 700-1000 de los suyos
aproximadamente, se denominaban entre ellos visioneats (algo así como
consumidores de visión) y se mezclaban
entre la multitud para no levantar la más mínima sospecha.
Su apariencia era totalmente normal: vestían como
nosotros, hablaban como nosotros, comían como nosotros, pero no eran humanos.
Solo un insignificante detalle los distinguía y eran sus insólitas pupilas:
incapaces de reaccionar a la luz. Se mantenían con un tamaño diminuto y no se
les debía de mirar mucho rato fijamente, pues eran capaces de establecer una
sinapsis neuronal a través del iris y adueñarse por completo de los
sentimientos y sobretodo de la voluntad de las personas.
Había
“perdido” parte de mis amigos y conocidos
en los últimos meses bajo estas circunstancias. Un movimiento revolucionario
había surgido recientemente que cada vez contaba con un mayor número de adeptos
y poco a poco les iba ganando terreno. Habían ideado unas gafas para evitar sus
devastadores efectos y parece que estaba dando buenos resultados por el
momento. También estaban trabajando en un proyecto de eliminación química
basado en una combinación de hidrocloritos con sulfatos.
Silvia
Asensio García
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