Creció en una villa, no se sabe donde
nació, tampoco importa. Lo conocí pidiendo limosna en la peatonal.
-¡Una monedita doña!- extendiéndome una
mano pequeña.
Mientras buscaba unas monedas, y para
romper ese silencio molesto y acortar la distancia entre él y yo, le pregunté:
-¿Cómo te llamas?
-Juanito doña, Juanito Laguna-
-¿Por qué no estás en la escuela Juanito?-En
su mirada leí un: “¡Y a vos vieja qué te importa!”, pero como el hueco de su
mano sucia aún estaba vacía, contestó:
-Es pa’comer doña, a veces trabajo,
cirujeo con mis hermanos-
Le puse las monedas en su mano y huyó sin
decir gracias, lo miré alejarse, un perro flaco de color indefinido lo seguía.
Lo encontré varias veces en la peatonal,
por lo tanto nuestro diálogo era más fluido. -Doña, ¿Tiene una moneda?-
-Sí Juanito, ¿Cómo andas?
-Requete bien, ayer fui de pesca, saqué
una tarucha. Sus ojitos le brillaban de alegría, a la luz del cielo azul.
-¡Qué bien Juanito! –le respondí.
Siempre pienso qué pelea prematura le
hacen estos niños al destino.
Una tarde soleada de domingo salí a
caminar por el parque de la costanera, me llamó la atención un barrilete
amarillo, azul y rojo, seguí el recorrido del piolín hasta encontrarme con unos
niños y un perro, uno de ellos era Juanito. Me senté a descansar y a
observarlos; el barrilete se cayó al río, unos cuantos insultos mezclados con
algunas risas y luego se sentaron en el suelo. Mientras el cielo se hacía gris,
observé cuando las bolsas de nylon conteniendo pegamentos se inflaban y desinflaban
al compás de su respiración, me alejé sintiendo una mezcla de enojo y dolor.
Pasaron unos años y dejó de formar parte
del paisaje de la peatonal.
Hoy volvió a mis recuerdos cuando al abrir
el diario leo la noticia: “…En
circunstancias poco claras murió de un tiro en la cabeza un joven de 16 años conocido
como Juanito Laguna…”
Cerré el diario y también los ojos y lo vi,
corriendo con el piolín del barrilete rojo, azul y amarillo en sus manos, su
perro flaco de color indefinido corriendo detrás, tenía una hermosa sonrisa,
sus ojitos le brillaban de alegría a la luz del cielo azul, lleno de vida y
esperanzas, intuyendo vivir en un mundo cargado de porvenir.
Me saqué los anteojos, estaban empañados.
Bibi Boggian
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