Nos había sorprendido la noche en el parque
del agua. Una intensa neblina se unía a la decreciente luz y de repente nos
encontramos en mitad de ningún sitio, sin ver ni a dos palmos de nuestras
narices. Francamente, no sabíamos ni por dónde tirar. Intentamos llamar a
alguien pero ninguno de nuestros móviles tenía cobertura… ¿sin cobertura en
plena ciudad? La situación se volvía cada vez más extraña. Todos tratábamos de
mantenernos tranquilos, fingiendo seguridad pero entonces escuchamos el
inconfudible traqueteo del tren del parque y, a apenas unos metros de nosotros,
su estridente pitido.
Aquello ya era demasiado, ¿el tren del
parque en marcha a esas horas y con esa niebla? ¿a quién se le habría ocurrido
subirse a él? A nadie aparentemente. Siguió acercándose hasta nosotros hasta el
punto de temer que nos fuera a atropellar, pero no, se detuvo suavemente a un
par de pasos de donde estábamos, petrificados, y pudimos ver con toda claridad
que el tren estaba completamente vacío, ni pasajeros ¡ni conductor!
Una extraña fuerza se impuso a nuestro
pánico y nos hizo subir al tren que, inmediatamente, se puso en marcha de
nuevo. Al menos él parecía tener claro hacia dónde ir. Es difícil calcular el
tiempo o la distancia en esas circunstancias pero yo diría que rodamos durante
algo más de un cuarto de hora hasta que, de nuevo con extrema suavidad, el tren
paró y la misma fuerza de antes nos impulsó a bajar. En cuanto el último de
nosotros puso sus pies en el suelo el tren desapareció y la niebla se aclaró.
No lo vimos irse, no oímos ni su traqueteo ni su pitido. Tampoco podíamos
reconocer nada a nuestro alrededor. No podíamos haber viajado muy lejos en tan
poco tiempo y sin embargo nos encontrábamos en lo que parecía el escenario de
una antigua peli de miedo en blanco y negro. Yo casi esperaba ver levantarse a
Nosferatu de su ataúd, la verdad.
El silencio nos animó a explorar un poco
la estancia, incluso nos separamos en un alarde de valentía. Ninguno vimos nada
extraño pero cuando nos juntamos de nuevo, éramos dos menos. Los llamamos a
gritos, los buscamos por todas partes… Nada, no estaban, y seguíamos sin ver
nada raro. Pero cuando nos reunimos otra vez, faltaban otros dos. Ya sólo
quedábamos tres y el pánico empezaba a apoderarse de nosotros sin remedio. Sin
separarnos ni un solo instante para no perdernos de vista continuamos
investigando. Juro que no me separé ni dos centímetros de mis amigos, y sin
embargo en un instante me encontré sola…
Elena Orte Tudela
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