Estoy sentado en la Plaza Mayor, rústica y
provinciana, de las que a mí me gustan, y enfilo ahora por la cuesta que
baja al río Duero. Al llegar al puente de piedra, sin cruzar a la otra
orilla, giro a la derecha, aguas abajo, y enseguida llego al sotoplaya,
conjunto de islotes comunicados entre sí por pasarelas de madera o
metálicas. El más grande de ellos es una verde pradera llena de álamos,
con parque infantil, merenderos y hasta una pequeña playa.
Cruzo a la otra orilla por las pasarelas, y salgo frente al famoso Monte de las Ánimas, cuya estremecedora historia reflejó Bécquer en sus "Rimas y Leyendas".
Aquí giro a la derecha para salir al arco de San
Polo e introducirme de lleno en el Paseo de San Saturio, camino de la
ermita. ¡Cuánta belleza!, y más ahora en otoño. Los árboles de la ribera
están en su máxima expresión colorista propia de la estación: ocres,
marrones, anaranjados, amarillos... Un sinfín de tonalidades otoñales
que convierten la vegetación de ribera en un extraodinario espectáculo
de color.
A la izquierda tengo los montes de la Sierra de
Santa Ana, a la derecha el alto del Parque El Castillo, con el Parador
Nacional de centinela permanente, y en medio, encajonado, el Duero, con
sus verdes y arregladas orillas y con sus aguas tranquilas, dando al
lugar su punto de tranquilidad y de silencio.
Paso el puente de hierro de la antigua línea férrea
de Castejón y, al fondo, ya diviso la ermita, encima de unas rocas sobre
el río. Voy caminando y veo grabados en los troncos de los álamos
muchos nombres y corazones, por algo llaman a esta zona el "Paseo de los
Enamorados".
En relación a esto, antes de llegar a la ermita, en
una roca a la izquierda, hay un grabado en piedra con estos versos de
Antonio Machado:
Y ya lindando con el templo, junto al "Rincón de Antonio Machado", otro grabado con más versos:
Junto a la capilla hay una puerta que da salida a
una escalera exterior, por la que bajo de nuevo a la entrada de la
ermita, y vuelvo a levantar la mirada, y vuelvo a sorprenderme por el
lugar donde esta construida.
Para volver hacia el centro de la ciudad decido
cambiar de orilla. Para ello, bajo a la pasarela que cruza el río junto a
la ermita. Pero antes de cruzar, aparece de nuevo otra señal que indica
que este lugar levantó sentimientos e inspiraciones en muchos poetas de
distintas generaciones: junto al puente, otra inscripción en piedra con
estos versos de Gerardo Diego:
Ya en la otra orilla estoy en al Paseo de San
Prudencio, cuyo mentor fue San Saturio, y me vuelvo para contemplar la
vista de la ermita y su entorno desde este lado. No me canso de
mirar, me dejo envolver por la atmósfera poética que inunda este lugar,
y me entran ganas de ponerme a inventar versos, como si yo fuera capaz
de emular a los que aquí se inspiraron tiempo atrás.
Me alejo recorriendo este bello paseo, que lo es
tanto como la otra orilla, por la que vine antes. Paso de nuevo bajo el
puente de hierro; después, junto al antiguo molino, ahora rehabilitado;
luego el sotoplaya y, finalmante, el puente de piedra. Me giro para
maravillarme una vez más con el colorido otoñal de los chopos, y enfilo
cuesta arriba de nuevo hacia la Plaza Mayor. Cerca de ésta, en la planta
de arriba del Casino, se encuentra La Casa-Museo de los Poetas.
¿Qué mejor lugar para concluir este bellísimo y poético paseo?...
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