José Antonio trabajaba repartiendo pizzas,
cada día abastecía de tan delicioso majar a media ciudad. Aquella noche le
encargaron llevar una pizza que a él le encantaba pero que nadie pedía porque
era muy extraña: "La Mozzarostia", una pizza gigante de diez quesos con
alcaparras y anchoas bañada en salsa barbacoa.
Le gustaba su trabajo, recorrer la urbe a
toda velocidad, jugarse la vida serpenteando entre los automóviles, sentirse
libre, llegar a los domicilios y descubrir quién era el afortunado o afortunada
que se escondía detrás de la puerta y que se deleitaría con los maravillosos
sabores que ofrecían sus productos, se sentía un repartidor de sorpresas.
Aparcó la moto, se quitó el casco y leyó
la dirección:
- C/ Los Melgos Nº 2 Pta 2... aquí es...
La puerta del patio estaba abierta, subió
en el ascensor hasta el segundo piso pensando en la gran curiosidad que tenía por
conocer a la persona que compartía su mismo gusto por tan descomunal y
extravagante trozo de pasta. Tocó el timbre y cuando la puerta se abrió levantó
poco a poco la mirada de la hoja de pedido y dijo:
- ¿Antonio José? aquí le traigo su.......
No pudo continuar, un escalofrío atravesó
su cuerpo, el alma se le pegó a los pulmones, no podía respirar, se le hizo un nudo
en la garganta que le impedía articular palabra: ¡¡La persona que tenía frente
a él era ÉL mismo!! su misma cara, su mismo pelo, idéntica altura, color de
ojos... ¡¡Dos gotas de agua, era como estar mirándose en un espejo!!
José Antonio, aturdido, asustado y desconcertado
dijo con voz débil:
- Son... son... veinte euros...
Una temblorosa mano envuelta en sudor
surgió desde el otro lado y le dio un billete...
Bajó corriendo las escaleras, se sentó en
la moto, se puso el casco, respiró profundamente y pensó:
- Tengo que hablar con mis padres... y con
la tía Sor María también.
Agustín Crespo Torres
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